Tu partida, mi renacer.
Es difícil, aunque no lo
parezca. Detrás de toda esa madurez aún quedan restos de ese niño al que no
dejaron ser tan niño. Algunas veces le da rabia mirar hacia atrás y ver cómo le
arrebataron cosas y momentos sin avisar. Sin pedir opinión. Como si los niños
no tuvieran derecho a elegir sus propias sonrisas. – Defreds
Tenía
nueve años cuando la vida me mostró lo que no era amor, recuerdo que mis padres
se divorciaban y yo estuve en medio de todo el proceso. En principio no quise
aceptar lo que acontecía. Al uno de ellos acercarse a mí y preguntar con quién
deseaba pasar mi estadía mis emociones no tenían lugar más que para la
tristeza.
Viví una infancia difícil. Como dice Defreds, no me dejaron ser tan niño y desde pequeño debía hacer todo perfecto y no expresar lo que sentía. En aquel momento sentir demasiado podría llevarme a la perdición. Visualicé situaciones violentas que no debía, escuché gritos que me hacían sentir culpable por estar con vida, preste mis oídos a palabras que no me dejaban ser y apagaban mis sueños. No pude elegir mis motivos para sonreír.
Mientras crecía mi camino estuvo lleno de creencias irracionales, esas que te hacen cuestionar la forma en que te ves, la manera de pensar, gustos, metas y demás, pero más que nada crecía con el miedo y la duda de si en algún momento podría mostrar mi verdadero yo. A los 15 años fue cuando empecé por preguntarme de que era capaz, que quería para mi futuro y cuales eran esos sueños que me veía logrando, pero quien diría que cuando más firme estamos es cuando más tormentas recibimos.
Esa tormenta llegó en forma de personas. Esas personas me decían que no sabía que quería porque mis pasiones eran muy distintas unas de otras y demasiado grandes para mí. La tormenta quería imponerme como debía soñar, que debía estudiar, cual camino debía seguir, y yo sentía tanto pánico que llegué a cuestionarme si lo que yo deseaba era lo que me haría feliz. Cuanto tiempo perdemos pensando en lo que quieren los demás cuando nosotros ya tenemos la respuesta de lo que nos hace sentir vivos.
Mi primera perdida fue a esa misma edad. Su nombre era Alexander, uno de mis mejores amigos. Alexander siempre buscaba la manera de estar a mi lado y que la amistad floreciera. Sin embargo, yo no estuve muy presente. El padecía de Cáncer y su familia y yo no nos dimos cuenta de que tan grave era, hasta que un día en el que se encontraba casi sin vida sus padres decidieron llevarlo al hospital y los análisis dieron resultados sobre una enfermedad terminal. Pasó días en el hospital y mientras los días transcurrían, yo solo leía sus mensajes y me sentía tan miserable por no haber respondido ni siquiera sus ''buenas noches''. Cuanto hubiera deseado contestar ese último mensaje. Su partida de este mundo me enseñó a valorar la presencia de quienes nos aman y hacen lo imposible por estar a nuestro lado. Ahora es muy importante para mí ser constante y estar presente.
Con el paso de los años no solo
presencié la partida de amigos, sino también de amores. A mis 18 me enamoré de
una chica muy autentica, de esas que llegan y crees que pueden salvarte de
todos tus demonios, cuando en realidad quien tiene ese poder es uno mismo.
Cuando nos conocimos yo estaba muy roto, y por ello no pude sostener su amor
por mucho tiempo. Pero si la ame y puedo decir que me otorgó dos años
maravillosos llenos de amor, a pesar de las burlas y mentiras que dijo después
de nuestra ruptura. A ella le había confesado cual era mi mayor debilidad y en
que parte tenía mayores cicatrices, y ahí fue donde más me empujo.
Después de superar aquella
travesía y unos cuantos desastres más, seguí conociendo personas
y mientras más conocía me daba cuenta de que tan vacío estaba el mundo.
''Estamos viviendo a medias'' Me dije. Cada mes y cada año que pasaba hacia
nuevos amigos, tenía nuevos amores y coleccionaba nuevas memorias, pero siempre
terminaban en lo mismo, siendo efímeras y sin nada que ofrecer por más que un
tiempo limitado. Aprendí de esos momentos de mi vida por medio de mentiras y
engaños, y otros por su magia y esplendor. Estaba tan cansado de sentirme tan
desolado que decidí tomar firmeza en cada parte de mi vida, establecer
estándares y no ceder por menos de lo que merecía, hasta que una nueva sonrisa
me hizo caer de nuevo.
Anibel. Ese era su nombre, pero
todos la llamaban Ani. Anibel era de ellas chicas que vuelven de tu pasado y
sin importar cuantas veces te hayas tropezado con ella sigues sin quererla
soltar. Cuando llega crees que es el destino afirmando que esta vez sí será
posible tenerla en tu vida. Anibel y yo nos conocíamos desde la universidad,
tuvimos una amistad durante un año y luego perdimos comunicación sin motivo
alguno. Unos años después volvimos a encontrarnos en la misma empresa donde
trabajábamos y entre nosotros surgió una química inmediata. Ella con su humor
negro y una sonrisa impecable y yo sin dejar de admirarla.
Aquella chica era muy distinta a las demás que había conocido. Nuestras personalidades no encajaban en nada, expresábamos nuestros sentimientos de manera diferente e incluso veíamos todo desde perspectivas distintas. Mientras más la conocía cada una de esas diferencias me parecían interesante, sentía que yo podía aprender de ellas, y ella en cambio aprendería de lo que proviene de mi ser. Sin embargo, Anibel siempre fue muy difícil en esas cosas de abrir el corazón de par en par, para dejar que los que la aman entren y puedan forman con ella una unión más allá de lo físico, esa que proviene del alma.
Cada día era una nueva oportunidad para verla. Nos encontrábamos en la misma plaza todos los días a las 1:00 PM para almorzar, y la alegría que sentía al ver el reloj y confirmar que la hora esperada ya había llegado era inmensa e indescriptible. En ese momento me sentía feliz no solo por el hecho de verla unos minutos en aquella plaza, sino porque después de tantas caídas sentía que esta vez podía ser diferente.
El tiempo seguía su curso y mientras lo hacía me daba cuenta de que empezaba a sentirme muy atraído por ella, y hasta ese momento parecía corresponderme. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos todo cambio. A veces no llegaba a nuestros encuentros, dejaba mis mensajes y llamadas sin responder. Luego veía como se divertía con sus otras amigas y uno que otros chicos que al parecer también le gustaban. En ese momento dejé pasar todo y lo tomé con calma, de igual forma seguía demostrando lo que sentía y no me preocupe mucho por recibir la misma cantidad de aprecio. Para mí siempre ha sido más importante dar. Sin embargo, quien dice que el corazón no tiene derecho a cansarse y también gritar por un poco de afecto.
Llegó la época de navidad y aún
mis sentimientos por ella eran inmensos, a pesar de sentir que no estábamos en
la misma sintonía. Al llegar la fiesta de acción de gracias, Anibel me invitó a
su hogar para una celebración que tenía con sus amigos, los cuales también eran
mis conocidos de la universidad. En el momento de mi llegada todos hablaban y
reían, mientras yo permanecí a su lado durante toda la fiesta. Ella estuvo muy
atenta y parecía estar feliz con mi presencia.
Tuvimos nuestro primer beso esa
noche y en ese instante experimenté todas las emociones que llevaba hace tiempo
escondidas. Su boca y la mía formaron una sola, y conectamos de una manera que
sentí que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta. Desde aquel día
volví a comprobar que encontrarla no era una casualidad y que de nosotros
saldría una gran historia, para bien o para mal una historia inolvidable.
Luego de unos meses el destino me hizo una mala jugada. Mi amada había decidido realizar su maestría fuera del país y no tenía intenciones de volver. Recuerdo con exactitud cuando me dio la noticia, lágrimas cayeron en mi rostro y a pesar de que nunca le comenté como me sentí al respecto, una parte de mi se fue con ella en aquel avión.
A pesar de que estuviera lejos
seguimos en contacto, nos habíamos convertido en dos amigos que, a pesar de no
verse, no querían estar el uno sin el otro. Lo raro de todo esto es que cuando
la vida nos separó fue cuando más cerca nos sentíamos. Empezamos a conocernos
más. Planeamos vernos fuera del país. Comencé a ver quién era ella, cuáles eran
sus gustos y mientras hablábamos por horas me parecía tan hermosa, tan única. Me
encontraba queriéndola cada día sin importarme lo difícil que podría ser.
Aposté a nosotros. Fui donde
estaba solo para sorprenderla y que pudiera ver que en realidad mis
sentimientos eran verdaderos. Recuerdo cuando nos encontramos en la
estación del tren, ella llevaba una bufanda azul cielo y un vestido rojo,
nuestro color favorito. Tomamos el tren que se dirigía a su ciudad y durante
horas no paramos de mirarnos y reír. Siempre he sido muy detallista y como
su cumpleaños estaba cerca, al llegar decidí darle un presente que representara
algunos objetos y lugares que amaba. No tardo en abrazarme y agradecerme por
todo.
Estuvimos juntos por algunos
días, comimos juntos, dormimos juntos y a simple vista se veía nuestra
felicidad. A pesar de ser solo unos días, esos días se convirtieron en
semanas y noches donde no podía parar de sonreír. Me preguntaba: ¿Encontré la
persona correcta? No lo sabía, pero les juro que era lo que más deseaba en ese
momento, puesto que cuando estas al lado de una persona que, con tan solo
dormir, sin tocarte, ya te hace sentir en casa, es cuando te das cuenta de que
la conexión va más allá de lo tangible.
Con el tiempo fui observando que ella no era tan profunda como yo, y por ello comprendí que no veía nuestras vivencias de la misma manera. Para ella era más fácil seguir buscando chicos, seguir al lado de sus viejos amores en los mismos lugares donde estuvo conmigo y pensando en lo que pudo haber sido y no en lo que estaba sucediendo en el presente. Era muy volátil, así que después que estuvimos juntos, la mayoría de las veces era yo quien estaba presente y buscaba mantener lo nuestro. En aquel momento no me importaba poner el 100% de mí, pero como les había dicho, un corazón que siempre entiende y está dispuesto a dar, también necesita una mano que lo sostenga, y en ese momento yo no sentía ni siquiera un dedo.
Luego de un tiempo, Anibel empezó a estar más presente, a intentarlo. Sin embargo, yo tenía muchas dudas sobre si esta vez ella iba en serio. Estaba cansado y eso hizo que me convirtiera en alguien que no soy. Tal vez mucho se preguntarán que dejé de hacer que me convertí en otra persona, pero en realidad lo que muestra mi cambio es lo que empece a hacer. Comencé por discusiones sin sentido, desconfianza de si me quería o lo que hacía era para hacerme algún daño, todo porque en ese momento era demasiada la carga que sentía por no haber sido valorado, por no sentir apoyo, atención y mutuo interés.
Los meses pasaban y desde que
tuve otra oportunidad volví a verla. Tomé varios trenes y un bus para así
llegar a tiempo a su destino, todo por ella, por nosotros. Esta vez fue muy
diferente a nuestros primeros días, ahora ella realmente estaba dispuesta a
intentarlo. Al encontrarme con ella, ya no era como la primera vez donde solo
veía lo hermosa que era, ahora disfrutaba de lo humana e imperfecta que podía
ser, lo indecisa que en ocasiones se tornaba y como su dejadez a veces nos
invadía e igual me parecía maravillosa. Fue entonces cuando entendí que el amor
que tenía por ella no era basado en una idealización, sino más bien en lo que
perfectamente en la aceptación de lo que ella era, lo cual para mí siempre
había sido extraordinario.
En esos días que estuvimos
juntos no solo dormí con ella, estuve entre su boca, sus brazos, los lunares
del lado izquierdo de su cuello y su pecho, sus piernas y todo lo que compone
su admirable escultura. Esa noche más que dos cuerpos unidos entre sabanas,
éramos uno, una sola alma en llamas. Tocarnos fue más que arte y lo que hicimos
no tiene comparación con ninguna otra obra. Fue magia. Al terminar nos
quedamos dormidos y solo recuerdo cómo me arropo con las sabanas para que no me
diera frío. El día siguiente fue esplendido, su sonrisa fue mi desayuno y
sus palabras de afirmación sobre lo feliz que estaba termino de llenarme más.
Esta vez, me entregué a ella de la manera más pura que ha existido, y por
primera vez no era solo yo, ella también estaba presente. Éramos uno.
Pero, supongo que las personas
que tienen sus indecisiones, conflictos personales, heridas y demás, no cambian
de la noche a la mañana, y por esto, pueden recaer. Al separarnos de nuevo un
tiempo ella volvió a su dejadez, no me daba la misma importancia y todo lo
que yo hacía o decía le parecía demasiado o con mucha intensidad. Me sentía tan
mal de estar en un lugar donde no te dan respuesta, donde no te apoyan en tus
metas, donde no hay amabilidad, interés, compromiso, donde no te dejan expresar
porque ''es demasiado''. Así que te pregunto ¿Qué haces al final? explotas. Explotas
con lo más mínimo, aunque no sea la causa del problema. ¿Saben por qué? Porque
el vaso no solo lo rompe la última gota que se derrama, sino cada dolor que
siente mientras lo llenan.
Y exploté, exploté con cada
palabra que ella decía, con cada acción, cada día, cada semana, todo porque me
sentía vacío. Sentía que estaba tratando de construir algo que cada vez que
podía ser posible ella lo destruía. Estaba cansado de sentirme en un carro sin
rumbo, en una casa sin habitación para mí, en un corazón que no miraba lo
magnifico que yo podía ser. Le hablaba, le pedía mayor comunicación, saber que
le importaba, tiempo, amor y ella no estuvo ahí. No estuvo.
Al pasar los días era demasiado
para los dos, así que ella se fue. Se fue sin avisar y me dejo en medio de una
conversación donde solo trataba de expresarle el compromiso que tenía con
nosotros, donde quería estar seguro de si esto era real porque la amaba. Ella
no contestó. Se fue. Estaba devastado, no sabía que pensar ni que decir. Es
difícil cuando te dan una respuesta negativa, pero cuando te dejan en silencio
es cuando te das cuenta de dos cosas: lo que vales para los demás y lo que
ellos son en realidad.
Dejé que partiera y a pesar de
que su partida me clavara una daga en el corazón, mediante los días pasaban me
daba cuenta de lo mal que estábamos actuando los dos. Además de eso intente
entenderla porque la amaba. Intente entender sus heridas. Busque comprender su
pasado, aunque no me diera la oportunidad de conocerlo, porque sé que ha
influido en su forma de ser que hoy no permite que ella muestre su verdadero
ser.
Ese pasado que en ocasiones la
hacía egoísta y solo le había enseñado a expresarse de forma hiriente, pero,
sobre todo, su presente que en cierto modo le atormentaba por los planes que
aún no ha cumplido, sus fracasos y demás. Siempre intente entrar más a fondo en
todo esto, quería que viera que conmigo no solo podía hablar, sino también
contar conmigo para ser su abrigo y su hombro si necesitaba llorar.
Durante esos días también
repase toda mi historia, esa historia que comienza en estas letras. El niño que
le costaba confiar, a quien le robaron sonrisas y le tomo largo tiempo ser el
mismo. Por eso revise mi historia, para entender porque soy un hombre que
siente tanto, que es real y puede ver el lado buena de las personas, a pesar de
sus sombras. Cada una de mis perdidas abarcan amigos, trabajos, lugares,
parejas y en ocasiones a mí mismo, pero a la vez son esas las que me han
enseñado que tan fuerte y maravilloso soy, a pesar de lo que mi oscuridad y mis
defectos pueden hacer de mí.
Desde que Ani partió yo he
renacido. He entendido que di lo mejor de mí y eso nadie puede quitarlo.
Siempre estuve presente, siempre fui atento, siempre di amor y mostré mis
sentimientos. Entendí que hay límites que deben irse moldeando, pero eso no
quiere decir que yo sienta demasiado, sino que cada uno da lo que tiene.
Entendí que quien te valora y te quiere te ayuda a que seas mejor de
manera amable y con respeto, no te lo pide a empujones.
Entendí que quien te ama no hace lo que sabe que te hiere. Entendí que quien quiere estar, quien quiere dedicar tiempo, quien quiere un compromiso no necesita que se lo pidas, simplemente te lo dará. Entendí que soy tan único que no debo preguntarme si soy lo suficientemente bueno para alguien que no ha visto mi verdadera esencia. Entendí que quien quiere apoyarte en tus metas lo hace por ser quien ama, sin importar que sean muy distintas a las suyas. Entendí que el calor físico es necesario, pero no indispensable para hacer del amor algo más fuerte, duradero y con un compromiso. Y, por último, entendí que quien no te da una respuesta, ya ha confirmado lo que piensa y siente.
En este proceso de renacer no
soy la misma persona y ahora siento mucho más entusiasmo al contar mi historia
y saber que todo lo que he vivido me ha enseñado a ser grande. Gracias a esto
mi alma sigue siendo pura, con ganas de comerse al mundo, ayudar a otros, vivir
en plenitud, sentir muchísimo, amar sin medidas, y, sobre todo, amarme sin
medidas. Cada pequeña historia que forma mi gran travesía es un rompecabezas y
cada pieza me hace único e inigualable. Merezco ser feliz, y tú, tú también lo
mereces. Espero que esta historia y muchas más te lo dejen claro.
Postdata: '’No me vas a
encontrar en nadie, pero me veras en todos lados''.
- Indhira Castro
Comentarios
Publicar un comentario