Mi prueba.
Ella no solía ponerle un título
a las historias antes que no tuvieran un final.
Él ya tenía el suyo.
Utah
Estados Unidos
Hoy les escribiré sobre la historia de una chica muy parecida a
las jóvenes que cada día vemos en nuestras vidas. Su vida era muy peculiar,
pero las vivencias que ella tenía eran muy parecidas a las que podemos
experimentar a diario, aunque algo en particular siempre llamo mi atención. Se
obsesionaba con lo efímero, a pesar de ser eterna.
Su nombre era Laila, no
obstante, su personalidad no se parecía en nada a su nombre, ella acostumbraba
a ser aventurera, vivir la vida sin prejuicios y tomar las decisiones que le
vinieran en gana. En estos momentos se preguntarán porque entonces se
obsesionaba con lo efímero si amaba vivir al máximo, pues con las personas
siempre le fue difícil encontrar quien fuera capaz de deleitarse en la
profundidad de lo que la convertía en diosa. Los amigos que elegía usualmente
no se quedaban a su lado, los amores con los que tropezó y dejo entrar en su
vida siempre tenía una excusa para irse o aceptar lo maravillosa que era.
Pero todo hasta un día como
dicen por ahí, todo hasta que decides dejar de ser la hoguera y te transformas
en el fuego, ese capaz de sobrevivir a tormentas y desastres. En eso se
convirtió mi pequeña Laila, cuando puso punto final a aquellas historias inconclusas,
breves y sin vida. Una de esas fue la de aquel chico que tenía más excusas que
soluciones, más pretextos que ganas de querer, más noches grises que colores.
No recuerdo su nombre, pero si lo mucho que ella repetía que sus nombres
empezaban con la misma letra.
Ahora se preguntarán porque
esta vivencia fue la que le hizo comprender que estaba atada a las personas
efímeras. Les cuento que todo empezó cuando internalizo que aquel chico era su
prueba. Ella decía que se asemejaba en gran manera a sus amores pasados, donde
ya habían idealizado lo que buscaban en una chica y tenían determinado lo que
querían a ciencia cierta.
- ¿Es eso malo? Le
pregunté
Y con su sutil voz me
respondió
- ¿Desde cuándo las personas
llegan en moldes perfectos a nuestra vida? - ¿Desde cuándo las personas llegan
cómo queremos? - ¡Joder, que egoísmo de no dejar ser a los demás!
Fue entonces cuando le pedí que
me contase la historia de aquel chico que no la dejaba ser. Ella afirmaba que
se sentía en casa con él, pero esa casa en que había decidido quedarse estaba
llena de tanto ego que cada día se quedaba atrás de él, no a su lado. Me
externó que en sus días de reflexión se dio cuenta de cuanto le quería y de lo
poco afortunado que él se sentía al respecto. Expresó que estaba cansada de
explicarle que la manera en que ella actuaba tenía mucho que ver con la forma
en que fue criada, y que sus defectos no era lo único que gobernaba su ser.
Ella estaba cansada de que él le pidiera que fuera otra.
- ¿Por qué le dijiste esa
última reflexión? Le pregunté
- No le puedes pedir a una
mariposa que después de haber evolucionado deje de volar.
En esa noche me explicó que él
era de los chicos que le encantaba proyectarse en los demás. Solía gritarle y
decirle a ella que él no podía cambiar y ser diferente, cuando en realidad era
el quien buscaba el cambio en ella. Afirmaba no ser como Laila quería que el
fuese, mientras era el quien le pedía que dejara de volar, dejar de ser ella,
de ser libre. Se echo a reír y dijo que se parecía tanto a su primer amor, ese
que se fue porque sus alas eran muy grandes y él le temía a eso de volar.
¡Cobardes!
Después de uno minutos
desprendió de ella una cara de asombro. Luego bajo la cabeza y dijo
- ¡Es mi culpa!
La vi confundida, y repitió una
y mil veces que quería entender las señales por lo que eran, pero a veces solo
veía lo que deseaba ver y eso era lo que siempre marcaba el inicio de una
persona fugaz en su vida.
No entendía porque hacía
alusión a ello si los patanes eran los demás. Ahí me hizo ver que quien atraía
a las personas efímeras y las elegía era ella, pues todas tenían algo en común.
Cada una tenía esa pequeña gentileza de hacerles creer que sí y luego ya no,
querer cambiarla y fingir que quien exige nuevos tratos es ella, pensar en sí
mismos y no ponerse en el lugar de ella. Eran egoístas, y para colmo, la culpa
siempre caía hacia ella. Todo esto porque aparte de efímeros eran de esos que
te retienen, aunque no te quieran.
- ¿Por qué quieres quedarte? Le
pregunté
- Yo había decidido ser
paciente y usar las herramientas que tenía para que todo fuera mejor, pero ya
no tengo razones para quedarme.
A partir de todo este
aprendizaje Laila decidió ponerle de titulo ''prueba'' a aquel chico y su amor fugaz como
escribí antes. En una ocasión dijo que nunca tuvieron una foto, y que creía que
solo había pertenecido a su memoria o la peor parte de uno de sus sueños.
- Querrás decir
pesadilla.
- Si, eso. Una pesadilla
Fue entonces cuando le hice ver
que debía elegir con sabiduría el mejor camino para su hermosa vida. Ella dijo
que no le gustaban las despedidas que irse sin decir adiós era una de sus
manías. De igual forma le hizo un último escrito.
Por si un día me lees
Te quiero, no lo negaría ni
ante un juez que me pida que me vaya en cambio de mil millones. Te quiero, y
aunque no seas el ser que idealice en principio eso no disminuye lo que siento.
Te quiero, y te aceptaría por lo que eres, lo que no y hasta lo que quisieras
ser. Te quiero, y no quiero que seas mío, y si te quedas, que sea por gusto y
decisión propia. Te quiero, aunque en ocasiones seas indiferente y cambies sin
más. Te quiero, aunque solo veas lo inquieta que soy y no lo hermoso que
compone mi ser. Te quiero, te quiero tanto, más, sin embargo, yo me quiero más.
Adiós.
Ni siquiera yo la he vuelto a
ver, pero sé que anda surcando mundos, dando amor donde no hay, viviendo al
máximo y sobre todo amando, amando sin medidas y de eso definitivamente se trata
la vida.
- Indhira Castro
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