Nada a medias



Una vez leí un libro llamado ''Los límites del ser humano'', por un momento creí que se trataba de lo que era imposible de lograr, por lo que no me interesó hasta que leí la última página que decía: ''Creces en la medida en que te atreves a ir más allá de tus límites'', en ese instante comprendí que aquel libro tenía páginas llenas de magia y no estaba hecho a medias.

Italia
 16 de octubre del 2021

En la vida he conocido seres con los cuales fue un placer haberme topado, otros con los que quisiera volver a compartir, mientras que con otros hubiera deseado tener los ojos vendados, pero al final cada uno había dejado una enseñanza, esa que aplicaría a lo largo de toda mi vida y esa era: ''nada a medias''.

Todo empezó una tarde de abril, mis padres viajaban por toda Europa mientras yo me dedicaba a estudiar para mi exámenes finales de medicina, ya que si reprobaba perdería mi beca en la universidad de Antoya. Al cabo de cinco días mis padres llegaron del recorrido y al momento en que abrí la puerta comenzaron por contar historias de cada una de las personas que habían conocido, los lugares que habían sido dignos de ver y lo muy agradecidos que estaban con el universo por haberles permitido vivir tanta magia, mientras que por otro lado yo estaba padeciendo diabetes por tantas cursilerías.

Tenía 20 años cuando esto sucedió, desde entonces mi madre recitaba la importancia de no vivir a medias, pero solo lo pude entender hasta mis 23 años cuando a finales de mi carrera universitaria mi madre enfermo de cáncer. Mi padre y yo tuvimos que cuidarla por unos años hasta que no pudo aguantar la enfermedad y falleció. El mayor recuerdo que poseo de ella es la sutil sonrisa que la hacía brillar desde tres cuadras y su larga melena negra. Todos quedamos devastados, pero mi padre repetía que debía continuar y seguir con mi vida, así que tome la decisión de ir a los Estados Unidos, con la finalidad de hacer una especialidad, pero quien diría que hasta allá la inspiración de mi madre llegaría. 

12 de enero de 2024
Orlando, Florida 

Al entrar a la especialidad conocí una diversidad de personas, había músicos, psicólogos, bailarines, administradores, agentes de ventas y un sin número de personas tan distintas que habían hecho de su vida un mundo lleno de pasión solo por el hecho de haber elegido lo que amaban. La mayoría afirmaba que nuestra vida se basa en elecciones y que son estas las que determinan nuestro destino. En principio fue irónico hasta que decidí abrir mi mente un poco más.

Después de varios meses los estudiantes de la facultad de artes organizaron una fiesta para que todos nos conociéramos, así que algunos de los amigos que había hecho y yo nos dirigimos a la misma en representación de la facultad de medicina. Ahí conocí a quienes hoy quisiera tener en mi vida una vez más y sobre todo con quien hubiera deseado tener los ojos vendados, este último se llamaba John. El típico chico que todas desearían, de alta estatura, ojos claros y cabello negro, díganme quien no se derretiría por alguien así, si yo estuve babeando unas cuantas horas hasta que comenzó nuestra travesía. 

Aquel chico y yo salimos durante unos meses, pero quien diría que estando en unos brazos se podía sentir tanta soledad. En principio no lo entendía, pensé varias veces que era mi culpa, ya que con muchas personas más tenía los mismos sentimientos y eran pocos lo que me hacían sentir en compañía, así que decidí hacerme una introspección, ver que estaba haciendo mal o si la razón de ser de estos sentimientos no solo tenía que ver conmigo. Mientras escarbaba en mi interior y me descubría a mí misma, renuncié a cada sentimiento y por primera vez en mucho tiempo decidí pensar en mí, en dejar aquello que adormeciera mi alma, y ahí estaba John.

Los días siguientes me mantuve distante, mis compañeros de clase preguntaban por mi estado de ánimo, pero siempre respondía que estaba bien. hasta que John fue quien decidió preguntar

- A ver Samanta, o me dices que te pasa o buscamos alguna manera de que vuelvas a tú estado normal

- Estoy bien John, es solo que he empezado a entender

- ¿Podrías decirme que rayos entendiste?

John era uno de los mejores jugadores de tenis en la universidad, así que decidí empezar por ahí

- ¿Qué sientes cuando juegas tenis, John?

- No entiendo a qué viene todo esto, pero te responderé, me hace sentir vivo

- Eso es lo que no siento ahora John, ese sentimiento no existe en mi vida, he comprendido que estoy viviendo a medias y que tú le aportas a esa situación. Estos últimos días me he preguntado, ¿Por qué si sus acciones no reflejan cuanto me ama debo malgastar mi tiempo con el?, ¿Para qué?, por lo que he llegado a la conclusión de que esto debe acabar.

John quedó sin palabras desde entonces y nunca lo volví a ver.

Mi cambio surgió con unas de las personas que más amaba, luego con mis compañeros y muchas personas que no traían paz a mi vida. Hubo momentos en que empecé a arrepentirme hasta que miré a mí al rededor y recordé la sonrisa de mi madre y sus sutiles frases de cómo vivir al máximo, todo porque al final solo queda el trayecto del alma.

Por primera vez había decidido no ir detrás de quien ya había partido de mi vida. Comencé a amar mis caídas. Lo que me hacía llorar de felicidad. Las personas que cada día se entregaban de manera completa y constante porque he nacido para recibir ese tipo de amor, para emprender todos los viajes que desee junto a quien quiera, para oír la música que me hace vibrar, para gritar en medio de la calle lo mucho que agradezco estar con vida, para bailar en medio de la lluvia desnuda si eso me hace feliz, para amar, para amar mucho.

Decidí no sentirme al menos por ser apasionada y hablaba con todos mis amigos de los sentimientos y objetos que estancan nuestra vida y como guardar personas también lo hace, pero solo si lo permitimos. Al igual que si no le damos permiso al sol de entrar después de la noche, si nos reprimimos por sentir, llorar, gritar, hacer lo que amamos, y detrás de nuestra mascara de hielo, sacar nuestro corazón de fuego.

- Indhira Castro 

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