Los regalos.
Que haces cuando la vida te dirige hacia distintos caminos, y después de varios intentos aún sigues sin entender cuál sería el correcto... Pues cada uno de ellos es un regalo.
Mi madre
solía decir que cuando servimos a los demás justificamos nuestra existencia y
que tal vez esa era mi misión, pero cada uno de los regalos
que la vida puso en mi camino me hizo entender que me faltaba mucho
por aprender y que a través de ellos cada día estaría más cerca de lo que en
realidad debía ser.
Una vez
encontré uno de esos obsequios que te enseñan a través de sonrisas, un
escrito o una palabra amiga, mientras que otras veces tropecé con esos que dejan mentiras o ausencias. Con cada uno
entendí que no hay una única manera de aprender, porque hasta del caos nace la
belleza.
En uno
de mis días grises recibí otros regalos, esos que te hacen
sentir vivo y te miran como si fueras magia, todo porque llegan para
transformar tú mundo y llenarlo de vida aunque le falten más partes que a ti. Sin embargo, también obtuve de esos que llegan sin avisar, pero a diferencia de los
primeros se van de la misma manera, debes entender su partida, pero ellos
no son capaces de ponerse en tú lugar. De ese último regalo aprendí que
nada nos pertenece, y que su obligación no era quedarse, sino más bien abrirme paso hacia otros caminos que lograran en mí
una transformación mayor. Un cambio en mi ser.
Luego de
ver como las dudas se apoderaban de mí, el tiempo y el equilibrio de
mi vida no salían a flote, llegaron los regalos que me revelaron el
valor de las pequeñas cosas. Estos me hicieron comprender que
debía tener claro mi objetivo en la vida para así no herir los
sentimientos de los demás, que no hay mayor equilibrio que cuando todo se hace
a su tiempo, y no se presiona nada, pero más que eso, como el equilibro se
encuentra en no dejar que alguien te ame menos de lo que tú te
amas. Este regalo me ilustró que la dedicación es un tiempo, y que
solo es visible cuando te interesa que este presente, que darle el valor
que tiene dedicándome a mí y a los que me aman con el alma, me haría
vivir sin dudas y en armonía.
Al pasar los
años fue difícil discernir cual era el regalo correcto, me
centré en el pasado creyendo que encontraría las respuestas allí y que mis
miedos se desvanecerían. Sin embargo, después de un tiempo llegó uno de esos regalos que
impacto un poco más que todos, y dijo:
-
Demuéstrame que estas en paz con tú pasado, y veras como podrás vivir tú
presente y planear tú futuro sin miedo, pero antes que eso quisiera saber. - ¿A que le
temes?. - ¿Por qué no puedes empezar de cero?.
Este regalo también me enseñó que de todo lo que huimos sin resolver se repite,
que debía cerrar ese pasado que ya no me debía respuestas, pues su
misión conmigo ya había culminado y a mí me tocaba dejarlo ir en libertad y
vivir con las personas y momentos que se me habían otorgado en el
presente.
Cada día los
regalos que la vida colocaba en mi camino me abrían nuevas puertas, pero entre
veces sentía que me las cerraban. En varias ocasiones llegaron regalos que
solo tiraban sobre mi sus conflictos y problemas, sus quejas sobre su color o
hasta el moño que llevaban puesto.
En aquellos días era yo quien debía ser quien los consolara y entendiera su
circunstancia, pero jamás se detuvieron a ver como yo me desvanecía, como entre
veces yo también rompía en lágrimas, mientras creían que solo estaba en
silencio, pensando. Estos regalos me mostraron que yo también debía expresar lo
que sentía, y que, si la necesidad pedía un grito, debía hacerlo por mí, para mí.
- ¡Ay la
vida!
Esa fue mi expresión
cuando pude toparme con el regalo mayor, el cual solía decir:
- Deja
huella en todo lo que toques, que lo que pase por tú vida se transforme. Se luz
en el camino de los demás.
El afirmaba
que yo era este tipo de persona que podía tocar el corazón de los que
estaban a su alrededor, pero yo seguía pensando que era de esa clase de libros
que nadie lee, me faltaba creer que para unos podría ser un ángel, y
para otros su mejor sonrisa, pero este regalo seguía insistiendo en mi valor.
Le hice un sin
número de preguntas a aquel regalo:
- ¿Por qué
parecía ser tan bueno si no me convenía?
- ¿Por
qué siempre me quedo donde siento que me falta el aire y no me ayudan a
respirar?
- ¿De qué
me sirve ir dos veces al mismo lugar cuando hay tanto por descubrir?
Mientras mis
preguntas se hacían vastas este regalo solo permanecía en silencio, hasta
que reveló como la vida nos dibuja señales, esas que nos permiten entender
que todo lo que nos pasa es por un propósito, y que por más preguntas que
hiciera, la forma de contestarme estaría en el tiempo que me tomará aprender a
ser paciente y a perseverar en el plan al que estaba encaminada mi
vida.
Ser paciente
se convirtió en mi estilo de vida. Gracias a cada uno de los regalos que la vida me obsequiaba pude internalizar cual es
el camino correcto. Hoy no hay miedo al mostrar quien soy, y es que hay más que
ofrecer, que tiempo para preocuparse. Hay más inspiración que cerrazón. Hoy he
decidido confiar en que el universo da y quita con sabiduría, y no hay que
dejar que las situaciones externas afecten nuestra alma, debido a que todos los
finales marcan un comienzo, y este, es uno de ellos.
- Indhira Castro
- Indhira Castro
Comentarios
Publicar un comentario